lunes, 20 de junio de 2022

En torno a la pobreza menstrual


Es evidente que cualquier situación de pobreza afecta al rendimiento escolar y por tanto propicia o aumenta las posibilidades de fracaso. La pobreza material, que es la más evidente, no solo se manifiesta en la falta de recursos para alimentarse, para acondicionar los hogares -y por extensión, los espacios para el estudio-, para proveerse de material escolar o buscar apoyo académico externo. También repercute en otros aspectos más sutiles que tienen que ver con la ropa o el acceso a productos para la menstruación (aprovecho para lanzar una reflexión al aire sobre si no estaremos perpetuando el estigma al utilizar la expresión "higiene femenina" o "higiene menstrual", estando -como está- asociado el término "higiene", en su acepción más conocida, a lo que es o está sucio y es necesario limpiar). Si una chica no tiene acceso a estos productos, es evidente que puede preferir esos días quedarse en casa. Y serán cada vez más las familias que no puedan permitírselos, porque no hay conciencia social de la necesidad de que estos productos estén gravados como otros esenciales, con un IVA superreducido (como sí ha sucedido con las mascarillas, por ejemplo). Todas, también las que pueden comprarlos sin problemas y llevarlos por si acaso en sus mochilas, están sumamente preocupadas por si manchan su ropa o la silla (porque eso conllevará las risas de ellos, la vergüenza de ellas), así que imagino que la que no puede tenerlos, más preocupada aún. Y sí, en los botiquines de la conserjería de los centros suele haber compresas, protegeslips y tampones, pero normalmente solo para casos de emergencia, no como algo permanente a lo que puedan recurrir las alumnas que los necesiten. En los 18 años que llevo dando clase en institutos, he conocido un par de casos o tres en los que hemos sido las profesoras quienes hemos proporcionado estos productos a alguna adolescente (puntualmente, a título personal y de manera voluntaria). Las ocasiones en que nos hemos preocupado por las carencias de material escolar y las hemos cubierto son muchas más... precisamente porque la pobreza menstrual parece pasar desapercibida. Sigue siendo un tema tabú entre las y los adolescentes, y las personas adultas que estamos varias horas al día junto a ellas parecemos olvidarnos también de esa necesidad material, de la angustia que debe provocarles y las posibles consecuencias de absentismo que conlleva. Por no hablar del desconocimiento, en general. Solo hace falta tratar un poco el tema de la salud menstrual en clase, o en contextos más informales (conversaciones espontáneas en guardias o recreos, sesiones de tutoría, etc.), para darse cuenta de que no conocen el funcionamiento de su cuerpo, por qué menstrúan o qué productos existen para recoger la sangre. Me sorprendió, en una charla relajada con alumnas de 16 y 17 años, que supieran más de los tópicos estigmatizantes sobre la regla que heredaron de sus abuelas que sobre la copa menstrual. Algunas ni habían oído hablar de ella; otras, un poco por encima; ninguna la usaba, pero todas coincidían en que les daría asco usarla, tener que tocarla para el vaciado. De nada sirvió que les insistiera en el ahorro económico, el beneficio medioambiental, la utilidad para conocer la cantidad de sangre en los distintos días, lo cómoda y práctica que era o cuánto me arrepentía de haberla descubierto con 39 años y no con 20. Asco, en eso se quedaron. Si no es eso estigma...

 



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